EL CAMINO DE LA UNIVERSIDAD

 

Nacimiento

Régine Pernoud sostenía que “A un cuerpo vivo (como la universidad) sólo se lo conoce por su historia” (PERNOUD, 1988, p.38), por eso es bueno que iniciemos dando una mirada, a vuelo de pájaro, a los antecedentes históricos de la universidad, siendo una institución muy antigua y que sigue teniendo trascendencia – quizás más que nunca – hasta nuestros días. Sus raíces se hunden en mil años de historia, tiempo durante el cual ha acompañado el trajinar de la humanidad en la configuración del mundo tal cual lo conocemos hoy. Para Alberto Gutiérrez la Universidad:

“…como institución con un ser y unas notas características, nació en el siglo XII, en la Europa medieval y en el medio característico del tránsito de la alta Edad Media feudal a la Baja Edad Media en la que, al crecimiento de la burguesía, se unió una serie de fenómenos que determinaron el renacimiento de una Cristiandad que, por exceso de la simbiosis entre Iglesia y Estado, había caído en las oscuridades del siglo X, siglo de hierro como lo llamó el Cardenal Baronio, no sin razón” (GUTIÉRREZ, 2004, p.2).

Variados fenómenos geopolíticos, culturales, sociales y religiosos, algunos de larga data, confluyeron en el siglo XII para dar como resultado el renacimiento de lo que se ha dado en llamar la Cristiandad Medieval. Acontecimientos que son también el germen de la Cultura Occidental, en la cual nació la Universidad, que conjugó múltiples legados más o menos lejanos: la Grecia clásica con su aporte a la filosofía, a la política, el interés por las artes y las ciencias y, por supuesto, la Paideia o práctica de la educación para formar filósofos, políticos, artistas y científicos; el derecho romano que contribuyó a estructurar las instituciones de occidente[1]; el Cristianismo que, con una visión trascendente del hombre, renovó las estructuras caducas del mundo grecorromano; la influencia de los Bárbaros con su concepción del derecho y el aporte del germanismo en la defensa contra los árabes musulmanes y en la integración del Imperio Romano-germánico frente al Oriental-bizantino; en fin, el mundo musulmán que trajo, aparejado a las guerras santas, la posibilidad de intercambio comercial, nuevos productos agrícolas, manufacturas, el ingreso de libros, nuevas ideas y el espíritu crítico frente a las realidades de la ciencia y la filosofía.

Un precedente más lejano ocurrió a partir del siglo IX cuando se combinaron las funciones que atañen al Estado y las que corresponden a la Iglesia. En el sistema feudal se conjugan tanto las visiones e intereses del poder estatal como del poder religioso de la Iglesia Católica que determinó su lucha y su declive recíproco. De ahí que los denominados siglos oscuros de la cristiandad occidental están marcados, no sólo por la decadencia religiosa y política, sino también educativa y, por ende, en los movimientos científicos, literarios y artísticos.

La reforma gregoriana del siglo XII postuló una reforma institucional de la cristiandad en nombre de la autonomía del espíritu en su triple aspecto: religión, moral y ciencia[2]. En el renacimiento de los siglos XII y XIII, como consecuencia de la diferenciación entre las finalidades de la Iglesia y el Estado, renace el deseo de saber, de investigar los temas propuestos a teólogos, filósofos, juristas y eruditos de todas las artes; se impone la autonomía del espíritu y “nace la institución universitaria como fruto maduro de una nueva cultura, enfrentada al reto de crear una Cristiandad nueva, es decir una Iglesia y un Estado responsables de sus propias finalidades” (GUTIÉRREZ, 2004, p.5).

Bien se ha dicho que la universidad nace en el cruce de caminos de dos épocas, la feudal y la urbana, con las naturales consecuencias de nacimiento de un nuevo hombre, el burgués, y de una nueva sociedad, la corporativa. Es la síntesis de los sistemas escolarizados y desescolarizados, de los métodos científicos y de los debates espontáneos acerca de la nueva Cristiandad surgida de la reforma gregoriana.

[1] “En el siglo XI, y sobre todo en el XII y XIII, surge el afán intelectual de regresar al estudio del derecho romano como distinto del canónico que era la ley de la cristiandad, creándose una diástasis en el mundo jurídico que benefició por igual a la Iglesia y al Estado al contribuir a la definición de la esencia y la finalidad de ambas sociedades. El mundo intelectual en que surge la Universidad está inmerso en la fecunda polémica suscitada por la lucha entre la Iglesia y el Estado en pro de sus respectivas autonomías” (GUTIÉRREZ, 2004, p.3).

[2] Los objetivos de esta Reforma aspiraban a la instauración en la sociedad de una vida conforme al Evangelio. Por eso pretendía: determinar una nítida separación entre los poderes seculares y espirituales, alejando al clero de las jurisdicciones civiles; dotar a la Iglesia de pastores idóneos, rígidamente formados y de vida ejemplar; asumir el Evangelio tanto en lo moral y como en lo doctrinal como irrenunciable, por eso se combate toda diferenciación que pueda resultar significativa: el rito se unifica en todo Occidente, se llama a la Cruzada contra los albigenses (también llamados cátaros, cuya teología dualista se fundamentaba en la creencia de que el universo estaba compuesto por dos mundos en absoluto conflicto, uno espiritual gobernado por Dios y otro material controlado por Satán); y, fomentar conductas ejemplares de comportamiento cristiano.

 
La Universitas
La Universitas Universitas es término latino derivado de unus, la unidad, y de verto que conlleva el sentido de volver. Conjugados estos elementos semánticos, universitas significó la unidad de cosas diversas o unidad en la diversidad y, también, la unidad de personas congregadas. El término se empleaba ya en latín para denominar cualquier conjunto de unidades o la totalidad de una cosa: universitas navis era la totalidad del barco; universitas orationis, la totalidad del discurso; universitas generis humani, el conjunto del género humano. En el latín medieval universitas se empleó originariamente para designar cualquier comunidad o corporación considerada en su aspecto colectivo . En la Baja Edad Media ya aparece la universidad, con el propósito de formar jóvenes en las profesiones clericales, la Teología, el Derecho y la Medicina, como facultades mayores; como facultades menores, las de artes o filosofía. Eran organizaciones de la Iglesia: se instituían mediante Bula Papal, su lengua era el latín y los saberes que enseñaban estaban articulados sobre la concepción católica del mundo y del hombre y los métodos de razonamiento y discusión utilizados eran escolásticos. Cuando se usaba en su sentido moderno denotando un cuerpo dedicado a la enseñanza y a la educación requería de un complemento para redondear su significado UNIVERSITAS MAGISTRORUM ET SCHOLARIUM. Solamente a finales del siglo XIV, el término universidad empezó a utilizarse con el significado que le damos hoy. Sin embargo, el término más antiguo y que continuó usándose durante mucho tiempo fue el de STUDIUM o STUDIUM GENERALE.

 

Las primeras universidades

La primera universidad nació en París, en el siglo XII, dedicada al estudio de la Teología originalmente. Entre las más antiguas destacan las Bolonia (estudios de Derecho); Montpellier (Medicina); Oxford y Orleáns, Padua y Praga. En España, la más antigua es la de Salamanca[1].

En América existió desde muy temprano la inquietud por establecer centros de estudios de nivel superior. Así, en 1551 se fundaron las Universidades de San Marcos de Lima y la de México, aunque ya en 1538 se había autorizado que el Estudio General de los padres Dominicos recibiera el nombre de Universidad “Santo Tomas de Aquino”, en Santo Domingo, actual República Dominicana. En los Estados Unidos, la primera universidad que se fundó fue Harvard en 1636.

Rasgos característicos de la universidad

Con el paso del tiempo la universidad ha ido configurando unos rasgos que indiscutiblemente le son propios y le caracterizan nítidamente. Se trata de una entidad corporativa[2], pues ya desde el derecho romano corporación o collegium era la totalidad de personas que lo conformaban, con capacidad jurídica para ejercer actos como poseer y contratar. Los grupos de personas dedicadas al menester intelectual se denominan Studium o Universitas, antecediendo Studium a la palabra Universitas, así ha permanecido hasta nuestros días en que se le atribuye la calidad de corporación académica. Es universal[3], ya que universidad se extendió por el continente europeo medieval y recibió en su seno a estudiantes y maestros sin importar su procedencia, lengua o nacionalidad (universalidad geográfica). El latín sirvió a todas como instrumento de comunicación científica y espiritual adquiriendo así universalidad lingüística. También universal, porque recogió los saberes de autores de todas las culturas y civilizaciones, y porque los títulos que refrendaban los conocimientos adquiridos poseían validez universal para enseñar en todas partes (licentia ubique terrarum o licentia ubique docendi). Desde luego, es una corporación científica debido a que comprende la diversidad de las ciencias y de las disciplinas convergentes en la unidad del saber. Y, finalmente, percibimos dos dimensiones en la autonomía de la ciencia y el saber, de una parte, su autonomía intrínseca que la faculta para fijar sus normas y métodos y los límites de su propia expansión y propósitos y, de otro, la autonomía de la ciencia y el saber, al cumplir una función social necesita de un espacio jurídico regulado y garantizado por el Estado.

 [1] Águeda Rodríguez Cruz afirma: “Salamanca fue el modelo mil veces invocado por los Papas y por los Reyes de España para conformar a él las nacientes instituciones universitarias. Cuantas veces fue necesaria una reforma, hacia Salamanca volvían los ojos de reyes y de reformadores… Fue en el momento cumbre de la cultura española cuando la Universidad de Salamanca puso sus ojos en América y cual – «alma mater» – dio vida y semejanza a sus universidades, escribiendo la página más brillante de su peculiar misión docente” (RODRÍGUEZ, 1973, pp.5-6).

[2] En 1231 el sentido sociológico corporativo del término universitas fue reconocido jurídica y académicamente por la Bula Parens Sciencitiarum del Papa Gregorio IX.

[3] No parece que exista ninguna fuente semántica común entre los términos Universitas y Universale. La universalidad del origen de la universitasMedieval está relacionada con las causas que influyeron en su nacimiento, ontológicas y sociales, además, por las fuentes a que las universitasacudieron para adquirir sus sistemas administrativos y la apelación al poder pontificio, para adquirir reconocimiento institucional y como mediadora en los conflictos de la Universitas con la autoridad doméstica, eclesiástica o civil, o sea universalidad de jurisdicción.

Misión de la universidad

La Universidad nació preocupada más por transmitir y retener conocimientos adquiridos que por descubrir nuevas verdades; despertó el gusto por los estudios superiores; y, reaccionó contra las escuelas de cultura media y elemental, elevándolas y formando a sus maestros (MUSCARÁ, 2014). Y Larroyo citando a Giner de los Ríos afirma que:

“Las universidades representaron, y todavía representan, instituciones de gran importancia política. En la Edad Media, cuando no existían otros cuerpos científicos, ni imprenta, ni periódicos, ni revistas, eran grandes fuerzas sociales donde se desarrollaba la cultura superior del espíritu… Por otra parte, su organización republicana, el ejercicio del sufragio, la frecuencia de las asambleas deliberativas… hacían de la universidad una escuela de libertad y un obstáculo contra la obediencia pasiva” (LARROYO, 2011, p.292).

La misión confiada por la sociedad a la universidad y la que ella misma se ha atribuido, ha tenido una lenta pero constante innovación. Inicialmente, las preocupaciones materiales y todo lo que no fuera académico quedaba al margen de la vida universitaria. En el siglo XVIII, el desarrollo de las ciencias experimentales cambió la orientación de los estudios: el hombre deja de ser el centro de preocupación y, se dirige la atención a la investigación sobre el mundo[1]. La enseñanza por medio de la palabra, en tanto transmisión de un corpus doctrinal, fue sustituida por la observación, la experimentación y el saber aprender.

La creciente influencia de la universidad le generó conflictos con el poder estadual y una merma en su autonomía e independencia. Baste recordar que la Universidad Imperial creada en 1808 por Napoleón era concebida como una corporación de profesores con la proclama expresa de que enseñar y educar a los ciudadanos era un privilegio del Estado[2]. Ese modelo napoleónico, centralizador y estatista, se propagó por toda Europa y tuvo importante influencia en otras partes del orbe y, por supuesto, en América.

En la segunda mitad del siglo XIX, a partir de la promoción de la educación liberal y práctica de las clases industriales de colegios universitarios americanos, el paradigma universitario se transformó con dos consecuencias concretas: primera, las carreras de tipo práctico reemplazaron a los estudios clásicos y científico-liberales; y, segunda, la problemática social empezó a ocupar espacio en el quehacer universitario.

En este contexto se producen acontecimientos históricos que marcarán profundamente a la universidad. En el caso de la universidad latinoamericana fue importante la Reforma de Córdova que pretendía la modernización científica, la gratuidad de la enseñanza, el cogobierno universitario y la autonomía de la universidad con relación al Estado.

Alberto Gutiérrez concluye:

“Siglos de espera fueron necesarios para que se abrieran los portones de la Universidad; pero fueron siglos que tuvieron el mérito de amar a sus escuelas así no hubieran estado a la altura para mantenerlas. La escuela palatina de Carlomagno, la monacal de estilo benedictino y la catedralicia de Chartes, Laon, Partís, Canterbury o Bolonia, todas vivieron en espera profética de lo que habría de venir. Ninguna institución ha mantenido a su servicio tantas personalidades en espera de su nacimiento: santos, científicos, papas, reyes y gente popular se aunaron para le vida y asegurarle la continuidad de sus notas esenciales. De esto no han sido conscientes las generaciones posteriores… y desgraciadamente la nuestra, menos que ninguna: ¡nos duele una universidad que sea autónoma, corporativa, científica y universal; por eso ensayamos ciertos tipos de simbiosis y amenazamos de muerte la institución que tan difícilmente nació!” (GUTIERREZ, 2004, p.483).

La universidad ecuatoriana

Universidades coloniales 

Mediante la bula “Inteligente quam Domino grati”, el papa Sixto V, atendiendo las razones expuestas en la solicitudconcedió a los agustinos de Quito la autorización para fundar una universidad de Estudios Generales, aunque el placet regio tardó hasta 1662 en concederse. Sin embargo, los religiosos ya desde 1603 erigieron la Universidad de San Fulgencio para entregar a sus religiosos títulos académicos autorizados por Roma. La autorización papal autorizó a los regulares de San Agustín conceder los grados de Bachiller, Licenciado, Doctor y Maestro en Artes, Teología, Cánones, Leyes y Medicina. La Universidad fue suprimida por Cédula Real de Carlos IV, expedida el 25 de agosto de 1786.

Luego de tres decenios de enseñanza en el Colegio y en el Seminario – sostiene el padre José María Vargas (2001, p.1381) – “se sentía la necesidad de estimular a la juventud con la concesión de grados académicos a los alumnos más aventajados”. Es así que, a petición del General de la Compañía, el papa Gregorio XV expidió, el 8 de agosto de 1621, el breve In Supereminenti, por el que facultaba a los jesuitas de América y Filipinas conferir a sus alumnos grados académicos. El 2 de febrero de 1622 el Rey Felipe IV dio el pase al documento pontificio y el 15 de septiembre el Padre provincial Froilán Ayerve lo presentó a la audiencia para su ejecución, con lo cual quedó constituida la Universidad de San Gregorio. Los grados que otorgaba la Universidad eran de: Bachilleres, Licenciados, Maestros en Artes y Doctores en Teología. A partir de 1648 empezó a denominarse Real y Pontificia Universidad de San Gregorio Magno, además a tener Rector y Canciller. Para el año 1704, los programas incluían: Latinidad, Filosofía, Teología Moral, Dogma, Cánones y Derecho Civil. Más tarde, los jesuitas alcanzarían de manera perpetua la supresión de la obligatoriedad de contar con docentes seglares.

Con la expulsión del país de la Compañía de Jesús en 1767 quedaron sin dirección numerosos planteles educativos de todo el territorio quiteño. El Colegio y Seminario de San Luis se entregó a los franciscanos, la Universidad de San Gregorio fue extinguida por Cédula Real de 1769, y los colegios de otras ciudades desaparecieron.

Luego de sortear muchas dificultades y una cerrada oposición al proyecto[1], la orden de los predicadores dominicos recibió la Cédula de 10 de marzo de 1683 que les facultaba la fundación del Colegio de San Fernando bajo el real patronazgo y el pase de la bula Pontificia de Inocencio XI que facultaba al Colegio San Fernando fundar la universidad de Santo Tomás para conceder grados en ciencia. La polémica con los jesuitas que generó la nueva universidad solamente concluyó en 1688 cuando tuvo lugar la posesión del colegio. En la práctica, la universidad de Santo Tomás fue el centro de estudios eclesiásticos del clero regular mientras que la de San Gregorio seguía ofreciendo grados superiores al clero secular y a los alumnos de los jesuitas. El programa de humanidades comprendía: Gramática, Retórica y Humanidades; el de Filosofía: Artes y diversos tratados de Filosofía; el programa de Teología: Dogma y Moral, además Derecho Civil, Derecho Canónico, Medicina y Sagrada Escritura. Filosofía dictaban los religiosos graduados del convento, Cánones, Leyes y Medicina, sacerdotes y seglares.

Los dominicos continuaron regentando el colegio de San Fernando y la universidad de Santo Tomás hasta que, por real orden de 1786, se autorizó a la Junta de Temporalidades para que en base a los estatutos de las universidades de San Gregorio y de Santo Tomás se hiciese una refundición para una nueva universidad manteniendo el nombre de Santo Tomás. Para ello se unificaron cátedras y se designaron a los más beneméritos; los grados se darían a nombre del Rey por el maestrescuela de la Catedral, las rentas para las cátedras provenían de las asignadas en las dos universidades anteriores. La nueva universidad nacía según el modelo de las Universidades de México y de Lima.

La universidad en el Ecuador republicano

La universidad surgida como producto de la fusión de las universidades de San Gregorio y Santo Tomás es el antecedente de la actual Universidad Central del Ecuador,  creada formalmente el 18 de marzo de 1826 por la Ley General sobre Educación Pública aprobada por el Congreso de Cundinamarca.

Hasta 1946, existían en el Ecuador seis universidades: la Central de Quito, la Estatal de Guayaquil (1867), la Universidad de Cuenca (1868), la Escuela Politécnica Nacional (1869), la Universidad Nacional de Loja (1859/1943) y la Universidad Católica de Quito (1946).

Actualmente (2021) existen 32 universidades públicas, 2 universidades públicas que funcionan bajo acuerdos y convenios internacionales; 8 particulares que reciben asignaciones del Estado; 21 particulares autofinanciadas; y, además, funcionan 186 Institutos Superiores Técnicos y Tecnológicos. Todos regulados por la Ley Orgánica de Educación Superior, que tiene por objeto  definir sus principios, garantizar el derecho a la educación superior de calidad que propenda a la excelencia interculturalidad, al acceso universal, permanencia, movilidad y egreso sin discriminación alguna y con gratuidad en el ámbito público hasta el tercer nivel.

La educación superior se define como humanista, intercultural y científica, es un derecho de las personas y un bien público social que responde al interés público y no está al servicio de intereses individuales y corporativos (art. 3 LOES).

LA UNIVERSIDAD CATÓLICA

 

Código de Derecho Canónico

Conforme al Código de Derecho Canónico la Iglesia Católica tiene derecho a erigir y dirigir universidades que contribuyan al incremento de la cultura superior, a la promoción plena de la persona humana y al cumplimiento de su función de enseñar (canon 807).

El uso del título de universidad católica no es permitido sin el consentimiento de la autoridad eclesiástica (canon 808), siendo responsabilidad de las Conferencias Episcopales proveer la existencia de universidades en las que, con respeto de su autonomía científica, se investiguen y enseñen las distintas disciplinas de acuerdo con la doctrina católica (canon 809). Las universidades y facultades eclesiásticas se establecen por erección de la Sede Apostólica y a ella compete su dirección; tendrán sus propios estatutos y su plan de estudios aprobados por la Sede Apostólica (816). Solamente las universidades o facultades así establecidas podrán otorgar grados académicos con efectos canónicos en la Iglesia (canon 817).

Las universidades católicas deben procurar nombrar profesores que destaquen, no sólo por su idoneidad científica y pedagógica, sino también por la rectitud de su doctrina e integridad de vida y velar para que en estas universidades se observen fielmente los principios de la doctrina católica (canon 810). Procurarán asimismo que las diversas facultades de la universidad colaboren mutuamente, y que esa colaboración se dé también entre la propia universidad o facultad y las demás universidades o facultades incluso no eclesiásticas, de forma que el trabajo común contribuya al mejor progreso de las ciencias.

Constitución Apostólica Ex Corde Ecclesiae sobre Universidades Católicas

La Constitución Apostólica Ex Corde Ecclesiae es producto de un largo proceso de reflexión al interior de la Iglesia y de la experiencia acumulada durante siglos. Como afirmaba Juan Pablo II, sus disposiciones están fundadas en la enseñanza del Concilio Vaticano II y en las normas del Código de Derecho Canónico, cuya finalidad es permitir a las Universidades Católicas y a los Institutos de Estudios Superiores “cumplir su imprescindible misión en el nuevo Adviento de gracia que se abre con el nuevo Milenio”.

La Constitución fija los principios fundamentales: la existencia Universidad Católica está en el origen mismo de la Universidad como institución “…centro incomparable de creatividad y de irradiación del saber para el bien de la humanidad”; por su vocación la Universitas magistrorum et scholarium se consagra a la investigación, a la enseñanza y a la formación de los estudiantes, libremente reunidos con sus maestros animados todos por el mismo amor del saber; comparte con las demás Universidades aquel gaudium de veritate, esto es, el gozo de buscar la verdad, de descubrirla y de comunicarla en todos los campos del conocimiento; su tarea privilegiada es la de “unificar existencialmente en el trabajo intelectual dos órdenes de realidades que muy a menudo se tiende a oponer como si fuesen antitéticas: la búsqueda de la verdad y la certeza de conocer ya la fuente de la verdad”.

El diálogo de la Iglesia con la cultura de nuestro tiempo es el sector vital, en el que “se juega el destino de la Iglesia y del mundo en este final del siglo XX”. No hay más que una cultura: la humana, la del hombre y para el hombre. Y la Iglesia, experta en humanidad investiga, gracias a sus Universidades Católicas y a su patrimonio humanístico y científico, los misterios del hombre y del mundo explicándolos a la luz de la Revelación.

La Universidad Católica se distingue por su libre búsqueda de toda la verdad acerca de la naturaleza del hombre y de Dios, y de todos los aspectos de la verdad en sus relaciones esenciales con la Verdad Suprema, que es Dios. Trabaja en todos los campos del saber, consciente de ser precedida por Aquel que es “Camino, Verdad y Vida”.En la búsqueda desinteresada de la verdad encuentra su sentido y significado la relación entre fe y cultura. El Evangelio, abarcándolo y renovándolo en todas sus dimensiones, es fecundo también para la cultura, de la que el hombre mismo vive. Su inspiración cristiana le permite incluir en su búsqueda, la dimensión moral, espiritual y religiosa, y valorar las conquistas de la ciencia y de la tecnología en la perspectiva total de la persona humana.

 

La Universidad Católica está llamada a una continua renovación ya que “está en juego el significado de la investigación científica y de la tecnología, de la convivencia social, de la cultura, pero, más profundamente todavía, está en juego el significado mismo del hombre”. Por eso, la finalidad de la Universidad Católica es lograr “una presencia, por así decir, pública, continua y universal del pensamiento cristiano en todo esfuerzo tendiente a promover la cultura superior y, también, a formar a todos los estudiantes de manera que lleguen a ser hombres insignes por el saber, preparados para desempeñar funciones de responsabilidad en la sociedad y a testimoniar su fe ante el mundo”.

Por lo tanto, la Iglesia no debe dejar de interesarse por la Universidad Católica que, con la investigación y la enseñanza, la ayuda a encontrar de un modo adecuado a los tiempos modernos los tesoros antiguos y nuevos de la cultura, nova et vetera, según la palabra de Jesús.

En la Primera Parte de la Constitución, relativa a la Identidad y Misión, se establece:

   

Naturaleza y Objetivos:

La Universidad Católica, en cuanto Universidad, es una comunidad académica, que contribuye a la tutela y desarrollo de la dignidad humana y de la herencia cultural mediante la investigación, la enseñanza y los servicios ofrecidos a la comunidad. Posee la autonomía necesaria para desarrollar su identidad específica y realizar su misión propia. La libertad de investigación y de enseñanza es reconocida y respetada según los principios y métodos propios de cada disciplina. La investigación abarca necesariamente: a) la consecución de una integración del saber; b) el diálogo entre fe y razón; c) una preocupación ética; y, d) una perspectiva teológica.

Comunidad universitaria: 

La Universidad Católica persigue sus objetivos formando una comunidad auténticamente humana, animada por el espíritu de Cristo. La fuente de su unidad deriva de su común consagración a la verdad, de la idéntica visión de la dignidad humana y, en último análisis, de la persona y del mensaje de Cristo que da a la Institución su carácter distintivo. Como resultado de este planteamiento, la Comunidad universitaria está animada por un espíritu de libertad y de caridad, y está caracterizada por el respeto recíproco, por el diálogo sincero y por la tutela de los derechos de cada uno. Ayuda a todos sus miembros a alcanzar su plenitud como personas humanas, que, a su vez, coadyuvan a promover la unidad y contribuyen, según su propia responsabilidad y capacidad, en las decisiones de la Comunidad misma, así como a mantener y reforzar el carácter católico de la institución.

Actualmente, la Comunidad académica está compuesta mayoritariamente por laicos, los cuales asumen en número siempre creciente altas funciones y responsabilidades de dirección. Estos laicos católicos responden al llamado de la Iglesia “a estar presentes, a la enseña de la valentía y de la creatividad intelectual, en los puestos privilegiados de la cultura, como es el mundo de la educación: Escuela y Universidad”. El futuro de las Universidades Católicas depende, en gran parte, del competente y generoso empeño de los laicos católicos, por lo que la Iglesia ve su creciente presencia en estas instituciones con gran esperanza y como una confirmación de la insustituible vocación del laicado en la Iglesia y en el mundo.

La Universidad Católica en la Iglesia:

La Universidad Católica mantiene con la Iglesia una vinculación esencial para su identidad institucional. Participa en la vida de la Iglesia particular en que está ubicada, pero también participa y contribuye a la vida de la Iglesia universal, asumiendo un vínculo particular con la Santa Sede en razón del servicio de unidad, que ella está llamada a cumplir en favor de toda la Iglesia.  De su estrecha relación con la Iglesia deriva la fidelidad de la Universidad, como institución, al mensaje cristiano, y el reconocimiento y adhesión a la Autoridad magisterial de la Iglesia en materia de fe y de moral.

Misión de servicio:

Es misión fundamental de la Universidad Católica la constante búsqueda de la verdad mediante la investigación, la conservación y la comunicación del saber para el bien de la sociedad. Prepara hombres y mujeres, que, inspirados en los principios cristianos serán capaces de asumir puestos de responsabilidad en la Iglesia.  Las investigaciones científicas que pone a disposición la Universidad Católica ayudan a la Iglesia a dar respuesta a los problemas y exigencias de cada época. Está llamada a ser instrumento de progreso cultural tanto para las personas como para la sociedad. Sus actividades de investigación incluirán el estudio de los graves problemas contemporáneos: dignidad de la vida humana, promoción de la justicia, calidad de vida personal y familiar, protección de la naturaleza, búsqueda de paz y estabilidad política, distribución equitativa de los recursos del mundo y un nuevo orden económico y político que sirva mejor a la comunidad humana.

Pastoral universitarial

La pastoral universitaria ofrece a los miembros de la Comunidad la ocasión de coordinar el estudio académico con los principios religiosos y morales, integrando de esta manera la vida con la fe. La Comunidad universitaria debe saber encarnar la fe en sus actividades diarias, con momentos significativos para la reflexión y la oración.

 

Diálogo cultural:

La Universidad promueve la cultura mediante su actividad investigadora, ayuda a transmitir la cultura local a las generaciones futuras mediante la enseñanza y favorece las actividades culturales con los propios servicios educativos. Está abierta a toda experiencia humana, pronta al diálogo y a la percepción de cualquier cultura. Está abierta además a la Revelación y a la trascendencia. Es el lugar primario y privilegiado para un fructuoso diálogo entre el Evangelio y la cultura.

Evangelización:

La Universidad Católica presta una importante ayuda a la Iglesia en su misión evangelizadora. Se trata de un vital testimonio de orden institucional de Cristo y de su mensaje, tan necesario e importante para las culturas impregnadas por el secularismo o allí donde Cristo y su mensaje no son todavía conocidos. Las actividades fundamentales de la Universidad Católica deben vincularse y armonizarse con la misión evangelizadora de la Iglesia.

Pedagogía ignaciana

El proceso de aprendizaje y construcción de conocimiento ignaciano tiene que ver con la pedagogía que lleva a contextualizar, experimentar, reflexionar y actuar sobre la realidad; igualmente se entiende toda forma de prepararse y disponerse uno mismo para superar los obstáculos que impiden la libertad y el crecimiento personal en el camino hacia la búsqueda de la verdad.

He tomado estas ideas, por su sencillez y concreción, del Padre Carlos Vásquez Posada S. J. En su artículo: “Anotaciones de los Ejercicios Espirituales aplicadas a la Pedagogía Ignaciana, Integración de notas personales. En: www.puj.edu.co/pedagogía/seminario/

Según Esteban Ocampo[1] la metodología ignaciana está basada en el discernimiento como medio para encontrar la verdad y propone didácticamente 3 momentos:

Uno centrado más en el profesor, llamado preelección;
Otro centrado en el estudiante llamado la repetición múltiple; y,
Una aplicación en la que se da un encuentro para el apoyo, la orientación y el intercambio estudiante-profesor y estudiante-estudiante.
Los principios son: evangelización; atención personal; formación integral; exigencia en búsqueda de lo mejor (magis); ordenación rigurosa  de los estudios; encuentro con los otros (compromiso con los pobres y diálogo con los compañeros; respeto por la libertad humana; respeto por las diferencias (personales y culturales); compromiso con la realidad; desarrolla en un contexto moral (marco que posibilita el afrontamiento de grandes temas y valores complejos, sobre todo asociados al desarrollo de las ciencias); adaptación de los estudiantes; usa los valores: toda enseñanza imparte valores; presta atención pastoral a todos: estudiantes y profesores; aproxima interdisciplinariamente los saberes derivados de las ciencias con los de la Teología; abierta a la cooperación internacional en un mundo globalizado.

Una pedagogía que sirve a la Fe y promueve la justicia y que, como instrumento apostólico, está al servicio de la Iglesia y promueve la fe de la cual la justicia es una de sus concreciones; propugna una educación profundamente humanista, promotora de un humanismo cristiano social que apunta hacia la sensibilidad humana que debe lograrse de nuevo dentro de las demandas de nuestro tiempo y como resultado de una educación cuyo ideal está influido por los grandes mandamientos: amar a Dios y al prójimo.

Una pedagogía que entiende que la educación es la clave para cambiar los corazones de las personas, llevándolos a actitudes más humanizadas en un clima social adverso, que tiene como fin formar, desde las distintas disciplinas, en las volares propios del cristianismo y la crítica a aquellos que atentan contra la vida.

Una educación que estudia los problemas y preocupaciones del hombre y la mujer incorporando en ello los valores cristianos y no sólo los desarrollos y mandatos de las ciencias; que considera el impacto que tiene para las personas, y en particular en los más pobres, no sólo todas las decisiones que se toman sino los avances alcanzados por las ciencias y la tecnología; que busca integrar en su acción diversos esfuerzos apostólicos de los jesuitas: apostolados ministeriales y sociales.

Una educación cuyos fines son formar las mentes y los corazones para un servicio cada vez mayor, más hondo y más universal; formar hombres y mujeres para los demás y con los demás, personas competentes, concienciadas y sensibles al compromiso; formar líderes íntegros dispuestos a asumir las cargas de la sociedad y ser testigos de la fe que obra la justicia; formar personas libres de la esclavitud de las ideologías, el consumismo y los falsos ofrecimientos que les hace la sociedad y sus desarrollos; formar personas buenas y educadas con excelencia humana y académica; formar a la persona total: imaginación, sentimientos, voluntad, entendimiento.

Una educación que estimula al alumno a conocer y a amar la verdad, promoviendo un espíritu crítico y un pensamiento reflexivo; que exige del maestro: creer en sus alumnos, en sus posibilidades; ser sensible y comprometido como agente de cambio en un mundo injusto;

promover relaciones de amistad con sus estudiantes; conocer personalmente a cada uno de sus estudiantes; desde una visión positiva del mundo, ponderar más los aciertos que castigar los errores del estudiante; ser testigo para sus estudiantes como persona, como profesional y como cristiano; pone a disposición de los alumnos su experiencia personal; dispone a loe estudiantes para el aprendizaje, los prepara y se retira para dejar actuar al propio estudiante y al mismo Dios quien le guía y acompaña; sirve de mediador entre el estudiante, sus experiencias y el sentido de la vida por parte del estudiante; propone sus reflexiones desde la interacción suscitada en la trilogía conocimiento, valores humanos y teología; heredero de “una tradición que promociona una cultura que pone el énfasis en los valores de la dignidad humana y en la vida humana en un sentido más pleno, fomentando la libertad académica, exigiendo calidad a las instituciones y a los alumnos, lo cual incluye también la responsabilidad mortal y sensibilidad; y, finalmente, tratando la experiencia, y las cuestiones religiosas como algo que ocupa el centro de la vida y cultura humana”.

 

La Universidad Jesuítica

Como afirma el padre José María Fernández-Martos, la Compañía de Jesús se fraguó “en su mismo origen, en los descansos, pasillos y aulas de una Universidad”, sin embargo, no parece que al principio, Ignacio se plantease la posibilidad de enseñar, y mucho menos fundar Universidades, pues la enseñanza no formó parte del elenco de ministerios propios de la Compañía de la primera Bula de 1540.  Los primeros jesuitas se veían más como misioneros itinerantes repartidos por la viña del Señor que con trabajos apostólicos sedentarios.

Desde el año 2003, la Compañía de Jesús incluyó entre las cinco preferencias apostólicas para la Compañía “el apostolado intelectual”, porque la “situación de nuestro mundo, con las cuestiones candentes que se están planteando a la humanidad, y las expectativas de la Iglesia con respecto a la Compañía, reclaman…un compromiso específico en el apostolado más directamente intelectual”. De esta manera se hacía efectivo lo expresado en la Congregación General XXXIV de la Compañía de Jesús:

“…fiel a la intuición básica de Maestro Ignacio, cuando éste tomó conciencia del vasto impacto del saber y del hacer saber, tanto para vencer la ignorancia, la confusión y los prejuicios respecto del Creador y Salvador de nuestro mundo, como para llevar el don que es Cristo, con su buena nueva y sus valores, a un mundo en busca de verdad y de amor. Hoy más que nunca estamos “llamados a un ministerio instruido”.

La rica bibliografía sobre la universidad Jesuítica puede resumirse en los siguientes aspectos esenciales:

Calidad académica:

La educación jesuítica busca una calidad académica alta, alejada de un mundo fácil y superficial. La Iglesia y la sociedad necesitan investigación de calidad y formación de calidad y vuelve sus ojos a nosotros
Centralidad de la persona humana:

La enseñanza y la investigación jesuíticas rechazan y refutan toda visión parcial o deformada de la persona humana. Las instituciones educacionales, a menudo dejan de lado los intereses centrales de la persona humana por causa de las aproximaciones fragmentadas en vista de especializaciones.

Universidad y apostolado:

Lo académico no puede convertirse en un pretexto para lo apostólico. Una Universidad no puede ser mero instrumento para la evangelización. Pero la evangelización es la que justifica la inversión de personas y recursos de toda Universidad católica e implica una estrecha colaboración con la Iglesia jerárquica.

Sobre el papel de los no cristianos en la Universidad jesuítica el Padre Kolvenbach opina que: “sería odioso catalogar y discriminar al personal de acuerdo a su supuesto nivel de compromiso con la misión: En la misión de la Compañía, como en la casa del Señor, hay muchas moradas. Para Ignacio, no hay peor error que querer conducir a todos por le mismo camino”. Pero aclara que, “esto no obstante, un colaborador de una institución de educación superior de la Compañía, de alguna manera debe identificarse con la misión institucional”.

El padre José María Fernández-Martos habla de una espiritualidad secular, puesto que la universidad católica jesuítica no puede sobrevivir sin colaboración de seglares abnegados. Pero es necesario, cada vez más, realizar la selección del profesorado y de los cuadros directivos. La formación continua y el cambio de actividades – tanto de los jesuitas como de los colaboradores seglares – es fundamental para llegar a construir una comunidad educativa.

 

Diálogo con el componente agnóstico y ateo:

El Papa Pablo VI encargó a la Compañía el diálogo con el componente ateo o agnóstico de la cultura actual.  Los jesuitas plantean su perspectiva así: “Nuestra misión como jesuitas toca algo fundamental en el corazón humano: el deseo de encontrar a Dios en un mundo lacerado por el pecado y de vivir conforme al Evangelio con todas sus consecuencias. Este instinto de vivir plenamente el amor de Dios y así promover un bien humano, compartido y duradero, es el que moviliza nuestra vocación de servir la fe y promover la justicia del Reino de Dios. Cristo nos invita, a nosotros y a cuantos servimos, a desplazarnos, con la conversión del corazón, de la solidaridad con el pecado a la solidaridad con Cristo en favor de la humanidad, y a promover el Reino en todos sus aspectos”.

Promoción de la justicia:

Todas las ciencias y tecnologías, cuando se las enseña y se las estudia desde la perspectiva de la promoción de la justicia, serán profundamente conscientes de que toda investigación debe promover, en último término, la dignidad de la persona humana.

El padre Pedro Arrupe proclamó con toda claridad, que el apostolado jesuita en el campo educativo tiene por finalidad el formar hombres y mujeres para los demás, a imitación de Cristo. La opción por los pobres, o la promoción de la justicia en nombre del Evangelio, no están en conflicto con el apostolado de la educación. Las universidades jesuitas, si de veras son católicas, deben dar testimonio de esta prioridad. Los pobres no pueden esperar a que nosotros seamos verdaderamente humanos para que ellos puedan ejercer su derecho a llevar una vida digna de ser llamada humana.

Un modo nuevo de vivir la cultura:

La Universidad puede ayudar a la Iglesia en su labor de inculturación: “Por medio de la inculturación la Iglesia encarna el Evangelio en las diversas culturas y, al mismo tiempo, introduce a los pueblos con sus culturas en su misma comunidad; transmite a las mismas sus propios valores, asumiendo lo que hay bueno en ellas y renovándolas desde dentro”.

Un aspecto especialmente pertinente en nuestro mundo occidental es lo que el papa Pablo VI consideraba como el drama de nuestro tiempo: “la ruptura entre el Evangelio y la cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo”. En efecto, como se señala en los Documentos de la Compañía de Jesús, nuestra cultura contemporánea crítica posmoderna se considera el cristianismo como algo superado y a la fe religiosa como una cuestión privada.

El conflicto entre la fe y la razón está presente desde los primeros tiempos y continúa hasta nuestros días. Pero debemos los cristianos admitir que entre ambas no hay conflictos insolubles, e insistir en que la investigación de la verdad en la libertad académica es un auténtico servicio a la Iglesia, entonces admitiremos también que la iluminada vigilancia del magisterio puede ser a su vez un servicio a la universidad.

Traigamos a al tapete otra sentencia del Prepósito General de la Compañía de Jesús, padre Hans Peter Kolvenbach: “A pesar del tamaño de nuestras universidades, no debemos perder nunca de vista la “cura personalis”, ¡la atención personalizada a cada alumno concreto… y a cada profesor concreto! los jesuitas son escasos”.

Superior General, desde 2016, padre Arturo Sosa SJ