INTRODUCCIÓN
La universidad no ha perdido su misión tradicional, ni como espacio en donde se cultiva la totalidad del saber cinetífico ni como centro de formación de los profesionales que requiere la comunidad a fin de llenar la necesidad de contar con personas aptas por sus conocimientos, destrezas y habilidades para mantener la convivencia pacífica y libre de las necesidades que impiden u obstaculizan la vida digna de los seres humanos.
Sin embargo, son de especial consideración el contenido y el modo como ha de cumplir esa misión, lo mismo que la de «extensión o servicio a la comunidad», según dice la invitación de la Asociación de Profesores de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador —APPUCE— para quien escribe este trabajo.
Me referiré, por tanto, a las modalidades que a la universidad imponen los tiempos que vivimos para que cumpla su misión.
Nos ha tocado vivir en tiempos en los que la globalización, la masificación y la multidisciplinariedad inciden en todos los órdenes de la vida interna e internacional y, por supuesto, en las tareas universitarias de manera particular.
LA GLOBALIZACIÓN
Más allá de las discusiones que se mantienen acerca de las causas y concepto de la globalización, el hecho cierto es que las fronteras del Estado nacional son rebasadas por los medios de comunicación y por la facilidad y rapidez con las que se movilizan, gracias a los medios de transporte, los seres humanos, los bienes, servicios y factores de la producción.
El avance de la ciencia y el progreso de la técnica favorecen la localización de los centros de trabajo para la producción de un bien en cualquier lugar del universo o las distintas fases de la producción en lugares diferentes, pues la decisión para el efecto ahora no responde a las mismas razones que la determinaban en el pasado.
Estos hechos que, como tales, no pueden ser ignorados, al amparo del neoliberalismo que dirige al actual orden económico internacional, son manipulados en beneficio, casi exclusivo, de las potencias industrializadas y de las empresas que, por la procedencia de sus capitales, son multinacionales y por el teatro de sus actividades económicas son transnacionales; reorientar las reglas del actual orden económico internacional no se lograra con solo la denuncia y la protesta, que por cierto no están por demás, sino también con la preparación de quienes deben actuar en este escenario.
No es casual que se cierren las fronteras a quienes sin suficiente preparación para trabajos de calidad buscan ganarse la vida en tareas humildes y, por lo mismo, menospreciadas y mal pagadas y hasta se proyecta fortalecer esas fronteras con muros de infamia y discriminación, se propugna, en cambio, la liberalización del comercio y la libre circulación de los capitales, se atrae hacia los países desarrollados a los trabajadores altamente preparados, con estímulos no solamente económicos sino con otros igualmente o más apreciados, como la naturalización, por ejemplo.
De otra parte, las facilidades que, cada día más, se estipulan u ofrecen para la localización de los centros de producción y de operación de las poderosas transnacionales, en nuestros territorios, se instalan también centros de trabajo que demandan trabajadores de todo género, incluso profesionales, para manejar tales centros; si no estamos en capacidad de proporcionar estos trabajadores, la decisión de los inversionistas será no venir o, en su defecto, traer los trabajadores que no tenemos.
Nuestros profesionales deben competir interna e internacionalmente con los profesionales provenientes no solo de los países altamente industrializados, sino también de los otros países del Tercer Mundo y, por lo tanto, la universidad ecuatoriana ha de preocuparse también de la calidad de la enseñanza universitaria en nuestros vecinos que, tienen la ventaja, sobre los de Estados Unidos de América y de Europa que hablan nuestro idioma y culturalmente están en mejores condiciones para sustituirnos en nuestra propia casa y fuera de ella.
La vergonzosa oferta de «mano de obra barata», en la que fincan sus ilusiones algunos ecuatorianos a quienes no voy a calificar en esta ocasión, carece de fundamento porque similar oferta es común en todos los países del Tercer Mundo o en vías de desarrollo, como suelen denominarnos para suavizar el calificativo con el que nos identifican y así el inversionista queda nuevamente en libertad para instalarse en cualquiera de los tantos países que le ofrecen «mano de obra barata» y profiere, como es fácil colegir, donde mayores ventajas se le ofrezca y una de ellas, la que ellos prefieren es precisamente la calidad de la mano de obra, como lo atestigua el encargo de la producción de partes de las máquinas de informática a la India y otros países del Asia.
La suma de todos estos fenómenos sirve de fundamento para que se hable de la globalización del mercado de trabajo, sin tomar en cuenta, la tragedia de los «migrantes» para quienes no rige esta globalización, manejada de acuerdo con los intereses de los países y de las empresas más ricas o más poderosas del mundo.
Ante esta realidad, la responsabilidad del Estado es la de diseñar y ejecutar una política que defienda la dignidad de los ecuatorianos en el extranjero, cualquiera que sea la condición en la que se encuentren en el país anfitrión, como, por lo demás, está obligado a hacer se conformidad con la Constitución Política de la República; esta política ha de comprender la suerte de los «sin papeles» y las condiciones de los profesionales, pues, en ambos casos se trata de ecuatorianos los primeros impelidos por la necesidad y los segundos porque se han preparado con dineros del pueblo ecuatoriano y sobre todo son recursos que el Ecuador necesita para su desarrollo, amén de otras consideraciones acerca de las consecuencias de la llamada «fuga de cerebros».
Pero la universidad también es responsable de preparar esos profesionales que exige el mundo moderno y la preparación tiene que estar a la altura de la preparación que reciben los mismos profesionales en los mejores centros de educación superior del extranjero, primero porque, aquí mismo en el Ecuador, deberán competir con estos para ocupar los puestos de trabajo que ofrecen las transnacionales que se instalen en nuestro territorio; la competencia ya no es entre ecuatorianos, ni la deficiente formación puede ser suplida por el influjo social o la recomendación del amigo.
Mucho mayores son los requerimientos de preparación para llenar las vacantes que para nuestros profesionales se presentan en el extranjero y que no podemos desdeñar si es que queremos aprovechar las oportunidades de empleo en cualquier lugar del mundo, aunque deberíamos preferir que estas oportunidades se presenten en el Ecuador porque aquí podemos producir los bienes y servicios que demandan los consumidores del mundo, en dondequiera que se encuentren.
La globalización es un peligro y hasta un azote manipulado por la ideología que estimula el lucro y favorece la concentración de la riqueza en manos de los ricos aun con la explotación de los que carecen de poder o de riqueza para competir; más es también una oportunidad para quienes pueden ofrecer los conocimientos necesarios para sostener la marcha de la especie humana en pos de su desarrollo y proveer a las mujeres y los hombres de estos conocimientos es la universidad la llamada a hacerlo.
El reto que provoca la globalización, como un hecho que debe ser manejado en búsqueda de la equitativa interdependencia internacionales, no es responsabilidad del Estado solamente, éste y la universidad, lo mismo que las fuerzas productivas, fortalecidas y modernizadas, deberán trabajar aliados e integrados en un plan común y en proyectos conjuntos en los que cada uno aporte lo que más está a su alcance, así el Estado y la empresa privada información, financiamiento y uso de los aportes humanos, científicos y técnicos de las universidades y escuelas politécnicas y éstas capacitación de recursos humanos de alta calidad e investigación de nuestros recursos, posibilidades y demandas presentes y futuras.
ECUATORIANIZAR LA UNIVERSIDAD ECUATORIANA
Hace más de un cuarto de siglo, el ilustre rector de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, P. Hernán Malo González, S. J., propuso «ecuatorianizar la universidad ecuatoriana» que no significaba ni significa aislarla del resto de las universidades o centros de ciencia del mundo sino todo lo contrario, compartir con ellos el esfuerzo creador sin sacrificar «nuestra soberanía científica y tecnológica» de que hablara otro rector igualmente ilustre.
Esta propuesta es más apremiante ahora que entonces, porque de Otra manera corremos el riesgo de perder nuestra identidad en el torbellino uniformador de la globalización o, Io que es más grave, hacer de la universidad el cauce a través del cual fluya o se fortalezca la cultura de la supervaloración del extranjero y la subestimación, si no el desprecio, de la propio.
La afirmación de nuestra identidad, que no es chauvinismo ni xenofobia, ha de consistir en hacer objeto de estudio nuestra realidad, porque solo así podremos conocer lo que somos y lo que tenemos y conociéndolos preservarlos, mejorarlos, enriquecerlos y aprovecharlos racionalmente para satisfacer las necesidades del pueblo ecuatoriano y ponerlos a disposición de los hombres y mujeres de otras naciones no como simples materias extraídas.